sábado, 9 de junio de 2012

La Chispa


La semana pasada estalló un conflicto que pudiera parecer menor en una institución privada. El asunto es la renuncia de un alto personero que denunció, entre otras cosas, que el Consejo Directivo prefiere pagar el arriendo del inmobiliario que dicha institución ocupa antes de cancelar los sueldos e imposiciones de los trabajadores. El pequeño detalle –según la denuncia del renunciado personaje- es que la inmobiliaria responde a los mismos dueños que la institución que la contrata. Para clarificar: la Universidad del Mar (ya habrá adivinado el lector de quiénes estamos hablando) prefiere pagar el arriendo de sus sedes a una inmobiliaria controlada por ellos mismos que pagar los sueldos e imposiciones de sus funcionarios.
Hasta aquí, es un caso que –de ser cierto- no da lugar a interpretaciones disímiles, por cuanto se trata de una situación reñida con la ética, e incluso con la ley. Pero, no hay que confundirse, sigue siendo una situación privada, un conflicto que tiene una institución de carácter privada en su interior, y que tendrá que ser investigada y sancionada por las autoridades competentes. Que el negocio en el que se desenvuelve la institución sea el de la educación (dije negocio y educación en la misma oración; va a venir Satanás a buscarme por malvado), para el caso, da lo mismo, porque es un problema entre particulares, y donde todos los involucrados (dueños, directivos, trabajadores y clientes (dije clientes en vez de alumnos, ahora sí que nos cocinamos (?))) tendrán que ser representados correctamente en los estamentos que correspondan.
Pero hay una trampa. En este país, siempre la hay. En este caso, tiene que ver justamente con la naturaleza del negocio, porque la educación se ha convertido en un tema sagrado, casi en el único que se toca en materia de políticas públicas. La trampa es justamente que, de a poco, se avizora que este no es un tema privado. No porque intrínsecamente no lo sea, sino porque los grupos de presión así lo han posicionado. A estas alturas, ni hace falta desenmascararlos, porque se trata de los mismos que vienen tratando de copar la agenda pública desde que se les cortó el elástico el año pasado (o, mejor dicho, desde que el Gobierno generó una reforma al financiamiento de la educación tan grande, que no les quedó otra que quejarse porque sí). Así es: estamos hablando de los estudiantes que ya no quieren estudiar (a lo mejor necesitan vacaciones trimestrales, por eso arman las manifestaciones a partir de mayo), junto con sus dos grandes aliados: los periodistas de sus canales y radios amigas y los políticos oportunistas de turno. A los encapuchados no los cuento porque son en realidad parte del grupo de estudiantes.
La trampa de estos grupos es fácil de adivinar: se aprovechan de cualquier tema vinculado con la educación, por tangencial que sea (repito, por si no quedó claro: este es un asunto entre privados, que debe resolverse de ese modo) para generar caos. Para mostrar su “fuerza”, aunque ella no esté basada más que en cálculos tendenciosos sobre la cantidad de gente que asiste a sus convocatorias. Para desestabilizar la institucionalidad, porque si la verdadera preocupación estuviera en la educación, entonces habrían dialogado gustosos con quienes influyen en ésta. Porque si el eje fuera la educación, entonces no tendrían nada que hacer en el discurso del 21 de mayo. Pero no es así: este monstruo creado por políticos, seguido por estudiantes y alimentado por los medios de comunicación, se cree un influyente actor político, por encima de la institucionalidad democrática.
Esto puede parecer exagerado, aunque el año pasado la chispa la encendió el posible cierre de la UTEM (a propósito, ¿qué tiene que ver eso con el lucro? ¿Y qué tiene que ver el lucro con la gratuidad? ¿Y esta última con la Constitución de 1980?). Ojalá lo sea. De todas maneras, es mejor pecar de exagerado que de laxo. Pregúntenle a la ex presidenta Bachelet. Aunque esa es otra historia. 

jueves, 10 de mayo de 2012

El Auto del Rector


El rector llegó a trabajar, como todos los días, en su auto de alta gama, de propiedad fiscal (el rector trabaja en una universidad pública, y utiliza para transportarse un vehículo pagado por los impuestos de todos los chilenos). Ingresó a su oficina después de las 10 de la mañana –vaya horario para comenzar la jornada laboral, ya quisiera yo levantarme un poco más tarde- y se dispuso a iniciar sus tareas, cuando le avisaron algo que le produjo crispación: unos desconocidos le estaban quemando el auto.
Cuando fue a verlo, grande fue su molestia al enterarse de la trágica realidad; un grupo de personas apedrearon los vidrios del coqueto Volvo que utiliza el rector para movilizarse (el cual no maneja él; faltaba más. Le provocaría estrés tener que conducir por la Alameda a esa hora). Más tarde, prendieron fuego en el interior del automóvil, para terminar lanzando bombas molotov en el mismo. ¿El resultado? El interior del móvil calcinado, y ahora hay que conseguirle otro (qué asco debe ser para él tomar el metro para volver a casa).
Lo anterior es el relato de un atentado terrorista. Ni más ni menos. Un grupo de encapuchados ataca posesiones ajenas, violentamente, hasta destruirlas, causando conmoción en los afectados. El rector, de hecho, lo calificó de terrorismo, y anunció querellas (a propósito, ¿habrá algo más inútil en este país que repartir querellas? ¿Hay alguien que efectivamente caiga en estas maniobras?). Dijo no sentirse amenazado, y lamentó lo sucedido.
Aquí es necesario hacer una pausa para fragmentar el relato. El personaje mencionado, ya sabrá el lector, es el rector de la USACH, Juan Manuel Zolezzi, y la anécdota del auto es real, y bastante grave (lo sería más si, por ejemplo, hubiesen matado a Zolezzi a bordo del auto, tal y como hicieron con Jaime Guzmán, crimen que fue sistemáticamente mirado en menos por los gobiernos de la Concertación). Pero es tan serio como anunciado: recordemos que este personaje es el mismo que encendió la mecha del “movimiento estudiantil”, como lo llama la prensa genuflexa a sus intereses. El mismo que negó reiteradamente la posibilidad de diálogo al Gobierno en momentos en que el país entero necesitaba gestos de grandeza de parte de los directamente involucrados. El mismo que se molestó porque la policía ingresó sin autorización a la USACH para reducir, precisamente, a los colegas de quienes atacaron a su auto. El mismo que actúa de modo irresponsable, cual anarquista en posición de poder, para captar un par de minutos más de cámaras. Cría cuervos y te sacarán los ojos.
Retomamos la historia. Lo primero que hizo esta persona (a estas alturas, un nefasto personaje para el país) es reunirse con los líderes estudiantiles (a estas alturas, representantes sociales de los comunistas; tienen el mismo discurso partidista y las vetustas técnicas dialógicas de los más viejos). “Bien”, dirá el lector. “Los ex estudiantes darán su apoyo al rector, repudiando a los encapuchados- terroristas; es un gesto de madurez democrática”. Error. Junto con las tibias condenas de rigor, lo único que dijeron fue “no permitiremos que se use esto (el ataque terrorista) para criminalizar el movimiento estudiantil”. O sea, ¡se pusieron en posición de víctimas! Lo único que falta para completar el circo es que la izquierda culpe al Gobierno por lo acontecido, o que los mismos violentistas peguen pancartas por todo Santiago denunciando que todo fue un montaje (esto es lo más gracioso: los tipos son valientes para destruirlo todo, pero cuando tienen que enfrentar a la justicia lloran y acusan montaje en cada caso), y que “el movimiento social” –porque creen que representan a toda la sociedad- sigue en pie. Así de manipulables son los medios. Así de bajo hemos caído.

lunes, 26 de marzo de 2012

Fuerzas Oscuras

Debo confesar que siento un poco más de simpatía por los habitantes de Aysén que por los mal llamados estudiantes (porque si te dedicas a hacer política dejas de serlo) que llenaron la agenda el año pasado. Me parecen más legítimas las demandas próximas y cotidianas que aquellas que tienen que ver con conceptos que no suenan muy propios (no olvidemos que todo el asunto estudiantil empezó como un rechazo al lucro en la educación, y que luego mutó a un sinfín de conceptos diferentes).
Desde un principio, los líderes del llamado Movimiento Social por Aysén (título del periodismo de izquierda para otorgar representatividad universal a ese puñado de sureños que protestaban), se mostraron como lo que son: sencillos pobladores, humildes vecinos que se preocupaban por los problemas de la región sin perder su impronta de sureños, su bonhomía ni su parsimonia frente a la vida, que es aquello que los deja como tan simpáticos frente al resto de la gente. Mientras eso sucedía, los diarios señalaban que el Gobierno “monitoreaba la situación” con mucho interés, pero que no habían respuestas concretas por parte de las autoridades.
Cuando los cortes de caminos (esto es un eufemismo; no sólo hubo cortes de caminos, sino también barricadas y violentas manifestaciones, tan violentas que una persona murió porque los manifestantes no dejaron que la ambulancia que la transportaba pudiera pasar hasta el lugar donde se dirigía) provocaron desabastecimiento, entonces los medios se aprestaron a mostrarnos a los aiseninos que insistían en que ese era el camino y que los sacrificios resultaban necesarios, mientras quienes estaban desesperados por los saqueos –olvidé mencionarlos, es que ya se están haciendo parte de la cultura nacional- y la imposibilidad de llevar una vida normal eran, lógicamente, obviados. Pero mientras la violencia se tornaba cada vez más radical, con sucursales en Santiago incluidas, los líderes se exhibían de la misma manera que al principio, incluso se mostraban partidarios del diálogo y el entendimiento.
He aquí una contradicción vital: un movimiento radicalmente violento, pero con líderes muy pacíficos ante la opinión pública (recordemos, para distinguir, que los cabecillas del movimiento estudiantil llegaron a justificar la lucha armada y la quema de buses del Transantiago en el momento más aciago del conflicto). Esta contradicción tiene dos respuestas: o Iván Fuentes, el líder del movimiento que hace las delicias de la prensa de izquierda, es un capo de las comunicaciones, un mago del marketing y un genio de la estrategia, o hay oscuros grupos detrás de las movilizaciones, que no responden sólo a los líderes que salen en la TV. Sí, adivinaron: tengo la poderosa sospecha de que grupos afines a los comunistas –los mismos que le pagan a Camila Vallejo todos los meses para que aparezca en diversas marchas, las cuales han visto bastante mermadas sus convocatorias- están detrás de todo esto, orquestando manifestaciones, entregando poderoso material incendiario e intentando resquebrajar el débil ambiente de entendimiento que pareciera lentamente apoderarse de la región. Esta es, señores, la nueva forma de hacer política por parte de los políticos tradicionales. ¿Es ilegal? Por supuesto, porque utiliza la violencia y la extorsión para conseguir objetivos. Pero es efectiva. Lo es, en parte, porque cuenta con la complicidad de ciudadanos que parecen encantados con el sonido de sirenas que provocan las barricadas, los saqueos y el rompimiento del orden. Y también lo es porque las fuerzas de lo legal están atadas de manos en este rancio y pesado ambiente donde se confunde la libertad con el libertinaje, y donde ciertos derechos tienen prevalencia sobre otros. Vaya paradoja: los seguidores de Víctor Jara son los que resquebrajan el derecho de vivir en paz.

miércoles, 11 de enero de 2012

Cobardes

“Lo que pasa”, me dice un conocido, “es que ustedes son unos cobardes. En el deporte sobre todo, pero en muchos aspectos de la vida también”. Me dejó pensando; primero, porque no definió –tampoco alcancé a preguntarle- a quién se refería con “ustedes”. Podían ser los hombres, los simpatizantes de un determinado equipo de fútbol, los miembros del grupo familiar, o todos los chilenos. Como no me dio más pistas, me puse a darle vueltas al asunto.
El año pasado, un conocido partido político sin mayor representación pública (la única representación democrática que emana de la voluntad popular), decidió que el Gobierno de la centro- derecha (que a estas alturas de derecha tiene bien poco) había tenido respiro suficiente, y estableció la necesidad de quebrantar la institucionalidad de una manera bastante ruidosa. Sus elegidos fueron los estudiantes secundarios y universitarios, porque quedaba feo un grupo de veteranos consumidores de langostas protestando por las calles. Fueron bastante cobardes, porque se valieron de los jóvenes (quienes gustosos se dejaron utilizar, por lo demás) para introducir una piedra bastante molesta en el zapato de la democracia. La gente –según las encuestas- los apoyó mayoritariamente, entre otras cosas porque las personas buscan siempre el beneficio personal. Se escudó en el miserable y egoísta deseo de no pagar por algo que, desde un punto de vista técnico, pero también ético, no es justo que sea gratis. Pero salió con cacerolas a la calle, como si estuviera pasando hambre, aprovechando la circunstancia, en una actitud que también es cobarde.
Como resultado de estos movimientos, que se hicieron profusamente conocidos en el mundo porque nuestros periodistas tienen muchos intereses en el tema, se masificaron las revueltas cargadas de violencias, con protagonistas recurrentes: los encapuchados, que no son más que estudiantes que no estudian con capucha (los créditos de esta definición son de Máximo), a los que se suman delincuentes comunes y anarquistas de ocasión. Los encapuchados son el símbolo de la cobardía, porque actúan con el rostro cubierto para evitar ser reconocidos y, así, eludir la acción de la justicia. Pero además son cobardes porque cuando llegan a ser detenidos, sus abogados –los mismos que defienden causas de DDHH- alegan exceso de fuerza policial y sus derivados. Es decir, somos choros cuando estamos con la cara tapada y cuando podemos atacar bancos, locales, edificios y hasta a la gente común, pero cuando tenemos que responder por nuestros actos, somos inocentes ciudadanos desarmados que, por lo demás, tenemos derecho a protestar contra el sistema represivo y la policía violenta.
La temporada estival marcó el fin –digamos, las vacaciones- del así llamado movimiento estudiantil, para iniciar la temporada de incendios forestales, intencionados y focalizados. Seamos claros: si un día aparece gente destruyendo un helicóptero para apagar incendios, y menos de una semana después se generan grandes llamaradas en las cercanías, es cosa de sumar dos más dos. Por lo demás, el quemar cosas (casas, animales, predios, hasta personas) es una estrategia muy utilizada por quienes exigen reivindicaciones históricas en ese sitio. Pero no. Basta que el Gobierno los culpe para que salten a defenderse como gato de espaldas. “No permitiremos que se acuse a las comunidades mapuches”, dicen sus voceros. Queda poco para que lo repitan los líderes estudiantiles y los representantes de la Concertación, muy afines a sus causas (¿será que son parte de la misma estrategia? ¿Por qué esperaron hasta que se dejara de hablar de un tema para iniciar otro? Al menos, da para pensarlo). Nuevamente, el mensaje: somos choros para quemar el país, pero no se les vaya a ocurrir aplicarnos la Ley Antiterrorista porque eso es un abuso. Es decir, son unos cobardes, como los que atacan amparados en las encuestas, como los que destruyen con el manto protector de los inefables derechos humanos. Como el Gobierno mismo, que pareciera estar siempre a medio camino entre defender su gestión y buscar todo el tiempo la genuflexión ante los demás.
Todos cobardes.