El rector
llegó a trabajar, como todos los días, en su auto de alta gama, de propiedad
fiscal (el rector trabaja en una universidad pública, y utiliza para
transportarse un vehículo pagado por los impuestos de todos los chilenos).
Ingresó a su oficina después de las 10 de la mañana –vaya horario para comenzar
la jornada laboral, ya quisiera yo levantarme un poco más tarde- y se dispuso a
iniciar sus tareas, cuando le avisaron algo que le produjo crispación: unos
desconocidos le estaban quemando el auto.
Cuando fue a
verlo, grande fue su molestia al enterarse de la trágica realidad; un grupo de
personas apedrearon los vidrios del coqueto Volvo que utiliza el rector para
movilizarse (el cual no maneja él; faltaba más. Le provocaría estrés tener que
conducir por la Alameda a esa hora). Más tarde, prendieron fuego en el interior
del automóvil, para terminar lanzando bombas molotov en el mismo. ¿El
resultado? El interior del móvil calcinado, y ahora hay que conseguirle otro
(qué asco debe ser para él tomar el metro para volver a casa).
Lo anterior es
el relato de un atentado terrorista. Ni más ni menos. Un grupo de encapuchados
ataca posesiones ajenas, violentamente, hasta destruirlas, causando conmoción
en los afectados. El rector, de hecho, lo calificó de terrorismo, y anunció
querellas (a propósito, ¿habrá algo más inútil en este país que repartir
querellas? ¿Hay alguien que efectivamente caiga en estas maniobras?). Dijo no
sentirse amenazado, y lamentó lo sucedido.
Aquí es
necesario hacer una pausa para fragmentar el relato. El personaje mencionado,
ya sabrá el lector, es el rector de la USACH, Juan Manuel Zolezzi, y la
anécdota del auto es real, y bastante grave (lo sería más si, por ejemplo,
hubiesen matado a Zolezzi a bordo del auto, tal y como hicieron con Jaime
Guzmán, crimen que fue sistemáticamente mirado en menos por los gobiernos de la
Concertación). Pero es tan serio como anunciado: recordemos que este personaje
es el mismo que encendió la mecha del “movimiento estudiantil”, como lo llama
la prensa genuflexa a sus intereses. El mismo que negó reiteradamente la
posibilidad de diálogo al Gobierno en momentos en que el país entero necesitaba
gestos de grandeza de parte de los directamente involucrados. El mismo que se
molestó porque la policía ingresó sin autorización a la USACH para reducir,
precisamente, a los colegas de quienes atacaron a su auto. El mismo que actúa
de modo irresponsable, cual anarquista en posición de poder, para captar un par
de minutos más de cámaras. Cría cuervos y te sacarán los ojos.
Retomamos la
historia. Lo primero que hizo esta persona (a estas alturas, un nefasto
personaje para el país) es reunirse con los líderes estudiantiles (a estas
alturas, representantes sociales de los comunistas; tienen el mismo discurso
partidista y las vetustas técnicas dialógicas de los más viejos). “Bien”, dirá
el lector. “Los ex estudiantes darán su apoyo al rector, repudiando a los
encapuchados- terroristas; es un gesto de madurez democrática”. Error. Junto
con las tibias condenas de rigor, lo único que dijeron fue “no permitiremos que
se use esto (el ataque terrorista) para criminalizar el movimiento
estudiantil”. O sea, ¡se pusieron en posición de víctimas! Lo único que falta
para completar el circo es que la izquierda culpe al Gobierno por lo
acontecido, o que los mismos violentistas peguen pancartas por todo Santiago
denunciando que todo fue un montaje (esto es lo más gracioso: los tipos son
valientes para destruirlo todo, pero cuando tienen que enfrentar a la justicia
lloran y acusan montaje en cada caso), y que “el movimiento social” –porque
creen que representan a toda la sociedad- sigue en pie. Así de manipulables son
los medios. Así de bajo hemos caído.