jueves, 10 de mayo de 2012

El Auto del Rector


El rector llegó a trabajar, como todos los días, en su auto de alta gama, de propiedad fiscal (el rector trabaja en una universidad pública, y utiliza para transportarse un vehículo pagado por los impuestos de todos los chilenos). Ingresó a su oficina después de las 10 de la mañana –vaya horario para comenzar la jornada laboral, ya quisiera yo levantarme un poco más tarde- y se dispuso a iniciar sus tareas, cuando le avisaron algo que le produjo crispación: unos desconocidos le estaban quemando el auto.
Cuando fue a verlo, grande fue su molestia al enterarse de la trágica realidad; un grupo de personas apedrearon los vidrios del coqueto Volvo que utiliza el rector para movilizarse (el cual no maneja él; faltaba más. Le provocaría estrés tener que conducir por la Alameda a esa hora). Más tarde, prendieron fuego en el interior del automóvil, para terminar lanzando bombas molotov en el mismo. ¿El resultado? El interior del móvil calcinado, y ahora hay que conseguirle otro (qué asco debe ser para él tomar el metro para volver a casa).
Lo anterior es el relato de un atentado terrorista. Ni más ni menos. Un grupo de encapuchados ataca posesiones ajenas, violentamente, hasta destruirlas, causando conmoción en los afectados. El rector, de hecho, lo calificó de terrorismo, y anunció querellas (a propósito, ¿habrá algo más inútil en este país que repartir querellas? ¿Hay alguien que efectivamente caiga en estas maniobras?). Dijo no sentirse amenazado, y lamentó lo sucedido.
Aquí es necesario hacer una pausa para fragmentar el relato. El personaje mencionado, ya sabrá el lector, es el rector de la USACH, Juan Manuel Zolezzi, y la anécdota del auto es real, y bastante grave (lo sería más si, por ejemplo, hubiesen matado a Zolezzi a bordo del auto, tal y como hicieron con Jaime Guzmán, crimen que fue sistemáticamente mirado en menos por los gobiernos de la Concertación). Pero es tan serio como anunciado: recordemos que este personaje es el mismo que encendió la mecha del “movimiento estudiantil”, como lo llama la prensa genuflexa a sus intereses. El mismo que negó reiteradamente la posibilidad de diálogo al Gobierno en momentos en que el país entero necesitaba gestos de grandeza de parte de los directamente involucrados. El mismo que se molestó porque la policía ingresó sin autorización a la USACH para reducir, precisamente, a los colegas de quienes atacaron a su auto. El mismo que actúa de modo irresponsable, cual anarquista en posición de poder, para captar un par de minutos más de cámaras. Cría cuervos y te sacarán los ojos.
Retomamos la historia. Lo primero que hizo esta persona (a estas alturas, un nefasto personaje para el país) es reunirse con los líderes estudiantiles (a estas alturas, representantes sociales de los comunistas; tienen el mismo discurso partidista y las vetustas técnicas dialógicas de los más viejos). “Bien”, dirá el lector. “Los ex estudiantes darán su apoyo al rector, repudiando a los encapuchados- terroristas; es un gesto de madurez democrática”. Error. Junto con las tibias condenas de rigor, lo único que dijeron fue “no permitiremos que se use esto (el ataque terrorista) para criminalizar el movimiento estudiantil”. O sea, ¡se pusieron en posición de víctimas! Lo único que falta para completar el circo es que la izquierda culpe al Gobierno por lo acontecido, o que los mismos violentistas peguen pancartas por todo Santiago denunciando que todo fue un montaje (esto es lo más gracioso: los tipos son valientes para destruirlo todo, pero cuando tienen que enfrentar a la justicia lloran y acusan montaje en cada caso), y que “el movimiento social” –porque creen que representan a toda la sociedad- sigue en pie. Así de manipulables son los medios. Así de bajo hemos caído.